Durante ese verano, se convirtió en una tradición reunirse al atardecer, el momento más chispeante del día; encender una hoguera en la playa y evadirnos con sus matices ahumados. Con la llegada de las estrellas, el cielo se cubrió con un cálido manto de misticismo. La madera en ascuas fue nuestro mayor aliado para seguir soñando en esta neblina eterna.